Friday, September 25, 2015

Memoria y dolor

Han pasado meses, años, desde la última vez que escribí.

Son días, semanas, desde que la vida de mi hermano terminó en esta tierra.

Años, décadas desde que se nos fracturó la patria.

El tiempo funciona raro con el trauma; se desdibuja, se vuelve nublado... borroso. De repente todo pasa muy rápido y muy lento y uno no se decide que es lo que debería sentir o hacer. Mi idea no es hablar precisamente de mi o que me pasa que para eso tengo otro blog; lo que si es cierto, querido, querida invisible es que esta pérdida ha descubierto en mi alma dimensiones de la empatía que no conocía.

Uno de los momentos más duros, más tristes dentro de lo más triste que me ha pasado hasta hoy fue ver a mi hermano recién fallecido, en una especie de refrigerador viejo bajo unas escaleras en el patio, en la cola de ese cuerpo moribundo que es un hospital. Ese lugar transitorio, que nunca me ha gustado, precisamente, por su falta de certezas nos ponía frente a mí, a mis padres, a mis familiares frente a la verdad más parca y feroz.

Ese momento tan duro también fue muy, muy importante; tuvimos la oportunidad de decir adiós. Mis papás pudieron derramarse enteros frente a su cuerpo frío y llorar lo más amargo. También tuve la oportunidad de hacerlo, tocar su frente, sus cabellos gruesos, su naricita tan particular una ultima vez. Ver su semblante pacífico y elucubrar que murió tranquilo, que su dolor ya no está, que fue recibido en los brazos amorosos del Padre. Besarlo en la sien, como nunca antes y comenzar a vivir el duelo.

Como dije,  no es la idea centrarse en este dolor que aún está tan fresco y muy vivo, sino que reflexionar en ese momento tan físico de tocar, despedir, entender de manera racional al menos que su espíritu ya no está que somos finitos. Quiero decir que incluso en ese momento, y ya después el 11 de septiembre cuando se cumple otro aniversario del golpe de Estado en Chile recordé a los desaparecidos. A esas madres, mujeres, madres, padres, esposos y hermanos de quienes sin derecho a un juicio justo, sin cargos y muchas veces sin razones claras, fueron violentamente detenidos, torturados y de un día para otra desaparecieron de la vida sin la certeza de morir, ni de vivir, ni de luchar.

Ahora entiendo porque es tan difícil dejar todo pasar, olvidar todo y hacer como si nada incluso después de la grandeza del perdón. Porque el no haber podido acariciar los cabellos del ser amado una última vez, de cerciorarse que ya es la última vez, de procesar la pérdida con un cuerpo es un dolor que simplemente no se procesa. Recuerdo a las madres de mayo en Argentina, a las víctimas de las FARC, los secuestrados, los muertos en las guerras en otros continentes, los niños soldados, los 43 de Ayotzinapa. Hay tantos ejemplos como naciones en el mundo. Hay razones y contextos políticos que pueden explicarlo todo pero que no justifican nada.

El dolor en mi se manifiesta como una opresión. En el pecho, en el peso de mis hombros, en mis ojos que arden antes de que las lágrimas caigan. Es un sentimiento fluido que se aloja en el cuerpo, en las palabras, en los llantos y hasta en las decisiones. Pero esa misma punzada brilla con la loca esperanza. La pena profunda de la muerte danza con la vida eterna que me (y nos) ha dado Cristo Jesús. Sólo a través de eso puedo continuar y ver el mundo y las atrocidades de nuestra (lesa) humanidad con compasión. El poder despedirnos hace que podamos tener una relación sana con nuesra memoria, con nuestro dolor...colectivo y personal.

Releía una de las tantas notas que he dejado a lo largo de los años pendiente en este espacio, y citaba Mateo 5:6, una buenaventuranza:

Felices los que tienen hambre y sed de justicia porque serán saciados.

A quienes no tuvieron la oportunidad de despedirse porque sus amados fueron arrebatados sin razón, la justicia es lo unico que calmará y que hará que el clamor de su corazón sea saciado. Ruego por ellos, ruego por mí, ruego por ustedes, mis invisibles. Que seamos vehículo de justicia, de compasión, misericordia, paz, amor y consuelo. Que la esperanza, Jesús, nos llene de vida el corazón.

Que nos llene de vida, aún después de la muerte.

2 comments:

Gustavo said...

Amén, Tanya.
Gracias por compartir.

JamesRock7 said...

Que te llene de consuelo a ti, y ustedes, también, para que puedan dar ese consuelo a otros.

Muchos abrazos para ustedes.